pobreza y educacion

viernes, 19 de noviembre de 2010

La pobreza es, sobre todo, un indicador de incapacidad social. Evidencia que una sociedad no ha logrado generar las respuestas apropiadas para satisfacer sus demandas básicas y que no ha podido articular un sistema educativo para formar las competencias humanas y sociales que sean las bases de los procesos de inclusión social. Por eso, más que crecimiento, la angustiosa necesidad de las sociedades como la nuestra es lograr desatar dinámicas de desarrollo, y en ello las políticas implementadas en los últimos cincuenta años han sido decididamente ineficientes. Los modelos utilizados han derivado en un asistencialismo pertinaz que no sólo ha multiplicado exponencialmente la pobreza, sino que además ha exacerbado el subdesarrollo de las comunidades haciéndolas cada vez más dependientes y vulnerables al populismo y al clientelismo.


El solo crecimiento económico no soluciona el problema de la pobreza y la educación representa la clave para resolverlo de manera exitosa. Por consiguiente, resulta imperioso garantizar la inclusión de los más pobres en el sistema educativo, ya que a mayor nivel de educación son más altas las probabilidades de superar la pobreza. Según se ha estimado, un individuo reduce en un seis por ciento la probabilidad de ser pobre por cada año de educación.


Un relevamiento de la Unesco reveló que en nuestro país sólo el 22 por ciento de los egresados universitarios proviene de los sectores sociales más bajos. Esta cifra con los niveles ya señalados es muy grave y marca las inequidades que sufren los sectores más necesitados para desarrollarse en el país.
 Si bien es cierto, como lo afirman los especialistas del Banco Mundial, que "la educación contribuye al crecimiento económico, pero no lo genera por sí sola", expertos de distintas latitudes coinciden en el papel preponderante de la educación para el desarrollo social y económico de una nación. La educación es considerada como la inversión social con las más altas tasas de retorno, tanto para la sociedad como para los individuos, aspectos corroborados por la historia del desarrollo de las naciones: unas, de éxito y crecimiento, que han realizado apropiadas inversiones en el largo plazo en la educación, y otras, de atraso y bajo crecimiento económico, que han tenido un bajo y discontinuo nivel de inversión en la educación.


Hay que educar a las personas para reducir la pobreza y se necesita reducir la pobreza para educar a las personas. No cabe duda de que hay una relación estrecha entre ignorancia y pobreza, entre ignorancia y subdesarrollo; por consiguiente, la educación resulta indispensable para el logro de un desarrollo armónico y equitativo.
Además, en lo que se refiere particularmente a nuestro país, según un informe del Centro de Estudios Nueva Mayoría, conocido el viernes último, en la primera mitad de este año escolar, los maestros de escuelas públicas de toda la Argentina hicieron más paros que en los últimos 14 años; el informe también señala que, entre marzo último y el martes pasado se efectuó en el país un total de 173 paros docentes, cuatro veces más que en todo el año último. Es decir, entonces, que al conflictivo panorama de la pobreza se agrega el igualmente inquietante escenario educativo. Es necesario que autoridades, gremios y docentes busquen urgentemente un punto de entendimiento, porque de ello dependerá que no se hipoteque el futuro, no sólo de los alumnos argentinos, sino de toda la sociedad. Porque sólo la educación disipará la ignorancia y abrirá cauces al desarrollo del país y de todos los argentinos. Como sostiene el sabio filósofo mexicano Bernardo Toro: "Sólo con educación no se hacen grandes cambios, pero ningún gran cambio se hace sin educación".

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